San Pablo ocupa las portadas de nuevo
No es laicismo, es libertad
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Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
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Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
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Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Todo está tan claro como un día de verano. Laicismo no significa en modo alguno que los que profesan una confesión religiosa deban guardárselo para sí.
En el manifiesto titulado ‘Constitución, Laicidad y Educación para la Ciudadanía’ podemos encontrar párrafos como el que sigue:
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En opinión de los socialistas, los ‘fundamentalismos monoteístas o religiosos siembran fronteras entre los ciudadanos’, mientras que la ‘laicidad es el espacio de integración’.’Sin laicidad no habrían nuevos derechos de ciudadanía, serían delitos civiles algunas libertades como la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo y dejarían de ser delitos el maltrato a la mujer, la ablación o la discriminación por razón de sexo’, expone el manifiesto, que agrega que sin laicidad ‘sería difícil evitar la proliferación de conductas nada acordes con la formación de conciencias libres y críticas y con el cultivo de las virtudes cívicas’.
Es decir: religión – mala, laicismo – bueno.
Deberían tener claro estos paladines de la nueva religión, aquella que defiende que no debe haber ninguna, que lo que realmente defiende la Constitución es la LIBERTAD de los ciudadanos a profesar el credo de sus padres, con los derechos y deberes que establece el marco de convivencia civil, pero con los derechos claros de educación, formación y objeción de conciencia en materias tan básicas como aborto, matrimonio de personas del mismo sexo o eutanasia, materias que la nueva religión (laicista) trata de imponer como obligatorias.
La pregunta es: ¿puede una persona, en uso de la libertad fundamental, opinar distinto a los laicistas sin ser motivo de escarnio o marginación pública?.
Bienvenido al Observatorio
Desde el Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia estamos iniciando una campaña de reclutamiento…. ¡de ojos!; sí, como lo oyes. Déjame que te explique en qué consiste nuestra asociación y el por qué de nuestra campaña.
En el Observatorio para la Libertad Religiosa (OLR para los amig@s) pretendemos fomentar el respeto por los valores religiosos y defender el derecho de las personas a actuar conforme a su conciencia, sin ser objeto de presiones de ningún tipo.
Evidentemente toda libertad tiene un límite, y nuestra asociación jamás amparará ni justificará fanatismos religiosos, violencia religiosa o comportamientos claramente contrarios al bien común bajo una pretendida justificación de actuar en conciencia.
Sin embargo, todos sabemos que en los últimos años (¡…ejem…!) los sentimientos religiosos de muchas personas están siendo ofendidos repetidamente desde organismos públicos hasta campañas publicitarias, llegando incluso a fomentar la violencia contra determinadas confesiones religiosas.
¿Citamos ejemplos?… una Ley de “Educación” que pone serios obstáculos para que los padres puedan educar a sus hijos conforme a sus creencias, las reacciones del Islamismo radical contra las declaraciones de Benedicto XVI, asesinatos en Indonesia por profesar una determinada creencia religiosa, declaraciones antisemitas (¡todavía hoy!), confundir el Islam con el radicalismo islámico, etc. Desde problemas “domésticos” hasta injusticias que se dan a diario por todo el globo.
Pero particularmente nos preocupa la creciente falta de respeto que detectamos en nuestro país y el avance (disimulado en ocasiones y otras descarado) del adoctrinamiento ideológico impulsado por determinados medios de comunicación y el Gobierno afín a esos medios. Por eso pedimos ¡¡¡¡¡¡¡URGENTEMENTE!!!!!! tu colaboración. ¿Cómo? Muy sencillo, sin moverte de casa. Sólo tres pasos, toma nota:
1- Difunde este correo; todos conocemos el efecto multiplicador que generan, PERO NO lo envíes a toda tu lista de contactos; sé selectivo, envíalo a las personas que creas que compartirán con buen ánimo esta iniciativa. No queremos que parezca uno de esos correos de “o lo envías a 80 personas o no te comerás un rosco” ni que se llene nuestro correo de visitantes no deseados. Además se trata de un correo “personal” dentro de nuestras posibilidades, porque te pedimos a ti, a través de un amig@ tuy@ que nos ayudes a hacer un mundo más respetuoso con las convicciones religiosas de las personas.
2- Mándanos toooooooodos aquellos sucesos que OBSERVES (por eso es un observatorio) que constituyan una falta de respeto o un ataque a la libertad religiosa y/o de conciencia. La dirección donde puedes enviar las alarmas es……… o bien entra en la web www………… y rellena el formulario que hemos creado para que te despaches a gusto (…eso sí, con respeto).
3- Por favor, que esas alertas que nos mandes sean en la medida de lo posible demostrables. Te agradeceríamos que fueses concret@ con los datos (dónde, cuándo, quién exactamente….) y si puedes adjuntar fotos o documentos originales pues mejor todavía. Ah! si puedes, indícanos una manera de contactar contigo.
Chupao, ¿no?. Pues esperamos ansiosos tu colaboración. Además piensa que fomentando el respeto a la Libertad Religiosa ayudamos propagar una cultura de Paz. Nos despedimos con esta frase de un hombre sabio como pocos;
«Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz». (Juan Pablo II)
¡Hasta pronto y gracias!
Urge una Liga de Antidifamación Religiosa
Viendo al público aplaudir al término de la proyección de aquel cúmulo de calumnias me di cuenta de que la culpa no era suya, sino de la falta de información, una información que nadie se había preocupado de darles. No sabían cómo ocurrieron de verdad las cosas en aquellas cárceles femeninas de la Irlanda de los años cincuenta, dependientes del Estado y gestionadas por monjas; tomaron por verdadera la tendenciosidad del director y por «valiente denuncia» la típica perspectiva del típico ex seminarista que decide vengarse de su pasado. Por tanto, su aplauso era justificado, creían que habían visto una historia verdadera. Confirmé entonces -así lo escribí en el periódico- que el catolicismo necesita hoy más que nunca de una «Antidefamation League» (Liga de Antidifamación) a imagen y semejanza de la (a menudo implacable) «League» que tienen los judíos desde hace tanto tiempo.
No tengo la tentación, faltaría más, de coartar o intimidar la libertad de expresión de nadie, pero sí una «tolerancia cero» ante las mentiras, las imprecisiones interesadas, los errores de hecho. Debemos contrastar, por tanto, no las opiniones, sino las falsedades históricas sobre las cuales se basan demasiado a menudo esas opiniones. Por poner un ejemplo, entre los muchos posibles: a propósito del eterno, aburridísimo «caso Galileo», no podemos dejar de desmentir precisa y rotundamente a quien afirma que Galileo Galilei fue torturado, que fue encarcelado, que se le prohibió trabajar. Y(por citar otro lugar común) quien afirma que las víctimas de la Inquisición fueron millones y otras tantas las que fueron quemadas en la hoguera por brujería, o los homosexuales quemados por orden eclesiástica, debe ser puesto de inmediato ante la realidad de los hechos.
Réplica a la mentira. Es lo que yo, y otros muchos que escriben en éste y otros periódicos, hemos hecho y seguimos haciendo: pero como algo privado, aislado, sin posibilidad de replicar a todo. Lo que necesitaríamos es una estructura. Pero, por favor, no otra burocracia eclesial más, sino algo pequeño, ágil, motivado, informado, en condiciones de replicar (o de hacer replicar) punto por punto a todas las noticias falsas que cada día nos llegan desde los medios de comunicación. ¿Por qué sólo a la Iglesia y su historia pueden ser difamadas sin que nadie intervenga para desmentirlo? La Iglesia católica (a pesar de todo) no carece de historiadores informados, de personas de indudable valor cultural, en condiciones de aclarar, de precisar y de desmentir.
La deseada «Liga» debería servir como instrumento de acuerdo para intervenir en primera persona o, más a menudo, para hacer intervenir oportunamente a la persona adecuada. El «staff» debería estar flanqueado por un equipo de buenos abogados. Porque muchos creen que los desmentidos sobre datos importantes son confiados al buen corazón o a la honestidad de la dirección de los periódicos cuando, en realidad, existen leyes precisas que dan derecho de réplica y establecen la visibilidad con la que los desmentidos deben ser publicados: no es necesario pedir nuevas leyes, se trata de conocer bien y aplicar las que ya existen.
La mentira, cuando es demostrable como tal, no tiene derecho de ciudadanía ni aunque lo pida el legislador estatal. Está claro que, si la estructura tuviera que comenzar en Italia, podría actuar solo a nivel nacional, pero podría servir de ejemplo y de estímulo para la creación de organizaciones parecidas en todos los países. La ganancia no sería solo para los creyentes y para la honorabilidad de la Iglesia, sino para la verdad «tout court», la verdad que es condición indispensable para hacernos libres a todos, también a los no creyentes y a los no cristianos. Y la ganancia sería también para los muchos que siempre escriben y hablan por hablar: saber que alguien vigila e interviene -como nos enseña la «Antidefamation League» judía- inspira prudencia y lleva a informarse mejor. Iniciativa propia. La Iglesia no ha sido nunca -y no lo será, gracias a Dios- como los regímenes comunistas o fascistas de infausta memoria, donde todo venía de lo Alto -el Estado, el partido el Gobierno- y los súbditos obedecían pasivamente. En la Iglesia católica ha estado siempre activo aquel «principio de subsidiariedad» que ahora Europa ha descubierto y que lleva a los individuos a hacer todo lo que puedan hacer solos y que sea útil al bien de la comunidad. ¿Acaso los santos, empezando por aquellos llamados «sociales», han esperado a que se moviese «el Vaticano» para proyectar, fundar, gestionar sus obras extraordinarias? De la jerarquía esperaban sólo la aprobación, o en el peor de los casos, esperaban que no les pusieran trabas (cuando no persecuciones).
Apoyo económico. Por tanto, también la Liga de la que hablo puede -quizá debe- nacer por iniciativa «privada», como obra de un grupo de creyentes. Pero la intervención de la Iglesia puede ser decisiva, al menos en los primeros momentos, para exhortar, aconsejar, y quizá también ayudar económicamente. El voluntariado no basta para una obra de semejante calibre y delicadeza. Desde hace años se oye hablar mucho de un «proyecto cultural» cuyos contenidos concretos escapan a muchos, quizá por su culpa, o quizá por una información demasiado difusa. De ese «proyecto», que me dicen que será costoso, ¿no podría formar parte también la atención a una Roman Catholic Antidefamation League?
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